
Pasaba un día por la calle Castellar y ví la casa vieja de tres plantas, ahora completamente reformada. Años atrás la dueña alquiló el ático durante un curso académico a tres estudiantes que empezaban la carrera de Biología -yo era uno de ellos-. Aquel destartalado tercer piso se había convertido en la polvera improvisada de media facultad. Era la puerta número 37. Teníamos a nuestra entera disposición siete días a la semana para echar tres polvos de tres en tres: tiempos de juego, vino y rosas.
Un buen día, la que era entonces mi chica preferida me dijo: anda, cierra los ojos y súbete ahí encima del taburete que quiero verte los huevos por debajo, bien vistos -yo tenía en mis partes un pequeño arañazo producto, no crean, de un onanismo desaforado-. Automáticamente me puse a sus órdenes y empecé a tararear mentalmente el please, please, please, let me get what I want -no sabría explicar por qué-.
Víctima de mi obnubilada calentura pensé que ella deseaba probar conmigo algo bizarro, no sé, sexo del más allá, tal vez un lengüetazo cálido y delicado bordeando la minga...peeero ¿qué fue lo que hizo? me dio con un algodón lleno de alcohol en el arañazo de los cojones. Al instante -todavía en cuclillas- sacudí mi cuerpo sobre el taburete como lo haría una rana o una gallina espantada en lo alto de un palo, cacareando "mis hueeevoooos mis hueeeevooooos hija puuuutaaaaa...."
La muy traidora acababa de ganar la apuesta sobre posturas inverosímiles que -mientras estudiábamos- habíamos ideado unos cuantos discípulos la semana previa a un examen de zoología.
Imagen: http:// www.english.upenn.edu/Projects/knarf/Contexts/physanth.html
http://es.youtube.com/watch?v=eu4k5sTzxIw
Bramida. Cien Instantáneas Reales Eróticas